Con sus variantes ashkenazi y sefaradí los sabores que llegan de Europa del Este y de Medio Oriente tienen un lugar bien ganado en las preferencias de los porteños, Por eso abundan las rotiserías y los restaurantes y uno de ellos Mishiguene entró en la lista de los 100 mejores del mundo.
Argentina está entre los cinco países con mayor cantidad de judíos del mundo: en el 2018, se estima que la cifra rondaba los 181 mil. Aunque este número representa un porcentaje ínfimo de la población local total, su presencia en la cultura popular y en ciertos espacios icónicos de Capital Federal hacen que esta identidad converja en el paisaje porteño.
Entre 1889 y 1914 hubo una llegada masiva de migrantes judíos de todas partes de Europa, pero también de Medio Oriente, que se asentaron en las Pampas o en las ciudades, trayendo consigo siglos de tradiciones y rituales. El idish, un lenguaje que históricamente fue usado por los judíos ashkenazis, funcionó como una contraseña en común para hacer comunidad.
Sin dudas, así como no hay que ser chino para comer un chaw fan, no hay que ser judío o judía para llevar unos knishes almuerzar en la oficina. La cocina judía está saliendo de las clásicas rotiserías kosher de barrios de Once, Belgrano o Villa Crespo para pisar fuerte en los polos gastronómicos más vibrantes de la ciudad.
La mayoría de los espacios, que tienen perfiles para todos los gustos, sostienen un hilo en común: mantener viva la comida de migrantes y abrir esa cocina tradicional a un público diverso y curioso. Como muestra basta apuntar que en el flamante paseo gastronomico que se abrió en el Paseo La Plaza de la avenida Corientes en la Ciudad de Buenos Aires, uno de los primeros locales en instalarse fue Oy Vey que ofrece tanto hummus como arenque, pastróm y bagels.