La guitarra de árboles que canta desde el cielo: Una historia de amor en el centro de Argentina

En el sur de Córdoba, una guitarra gigante formada por miles de árboles se dibuja en el paisaje. Esta obra monumental no es solo una maravilla visual, sino también el símbolo de una historia de amor que trasciende el tiempo y el espacio.

En el vasto horizonte de la pampa húmeda argentina, una sorpresa única se esconde entre las ondulantes colinas de la provincia de Córdoba. A unos 20 kilómetros de la localidad de General Levalle, una guitarra de 25 hectáreas se extiende en la estancia La Guitarra, visible solo desde las alturas. Pero más allá de su espectacularidad, esta guitarra esconde una historia de amor tan grande como la misma obra que la representa.

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El origen de la idea: Un amor para siempre

Todo comenzó en 1977, cuando Graciela Yraizoz, una joven madre con una visión artística, imaginó una guitarra formada por árboles en la llanura de la estancia familiar. Desafortunadamente, Graciela nunca vio su idea materializarse, ya que falleció prematuramente a los 25 años. Su esposo, Pedro Martín Roberto Ureta, devastado por la pérdida, decidió honrar la memoria de su gran amor haciendo realidad su sueño.

La creación de esta guitarra monumental no fue una tarea sencilla. Pedro Ureta, quien en vida se describía como un hombre práctico y tenaz, decidió emprender la obra por su cuenta, ya que los paisajistas consultados no lograban captar la magnitud de su visión. Así comenzó un trabajo de cinco años que involucró la plantación de 7,000 árboles, cada uno seleccionado cuidadosamente para formar las distintas partes del instrumento musical.

 

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La guitarra que se ve desde el cielo

La guitarra es un espectáculo de colores y formas, donde cada detalle ha sido planeado con meticulosidad. Los contornos del instrumento están delineados por pinos cipreses californianos de un verde oscuro que resalta en el paisaje pampeano. Las seis cuerdas, hechas de eucaliptos medicinales, se destacan con un tono azulado que contrasta armoniosamente con el verde del resto de los árboles. La boca de la guitarra y la estrella que la adorna también están formadas por pinos, logrando un efecto visual impresionante.

La obra, con un largo de 2,500 metros y un ancho de 400 metros, se ha convertido en una atracción no solo para quienes la conocen desde el suelo, sino especialmente para aquellos que la contemplan desde el aire. Aviadores que sobrevuelan la región no pueden evitar maravillarse ante esta creación que, como el Taj Mahal en la India, nació de un profundo amor y se ha convertido en un símbolo eterno de la devoción de un hombre por su esposa.

Un legado que vive en el tiempo

Pedro Ureta, a pesar de haber dedicado años de su vida a la creación de esta obra monumental, nunca pudo verla desde el aire debido a su miedo a volar. Sin embargo, su visión, junto con la de su amada Graciela, sigue viva en cada uno de los 7,000 árboles que componen la guitarra. Pedro falleció el 19 de septiembre de 2019, a los 79 años, dejando tras de sí no solo una historia conmovedora, sino también una obra que ha puesto a General Levalle en el mapa, literalmente.

Hoy, la responsabilidad de mantener viva esta obra recae en sus hijos, quienes han tomado el legado de su padre con la misma pasión. Ignacio Ureta, uno de sus hijos, recuerda en el blog familiar cómo cada detalle fue pensado para asegurar la longevidad y la fortaleza de la guitarra. La elección de árboles jóvenes, de entre 15 y 25 centímetros al momento de su plantación, fue crucial para que las raíces se establecieran con fuerza en la tierra, aunque también los hizo vulnerables a las liebres y cuises de la región.

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Un amor que trascendió fronteras

Pedro Ureta no solo dejó una guitarra en la pampa cordobesa; dejó un testimonio de amor eterno. Antes de dedicarse a la vida rural, Pedro fue un bohemio que recorrió Europa, codeándose con artistas y revolucionarios, hasta que el destino lo trajo de regreso a Argentina, donde conoció a Graciela, la mujer que inspiraría su vida y su mayor obra.

Hoy, la guitarra de árboles sigue cantando su silenciosa melodía en la llanura de Córdoba, recordando a todos los que la ven desde el cielo que el amor, cuando es verdadero, nunca muere.

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