Dolly, la primera oveja clonada de una célula adulta, nació el 5 de julio de 1996. Cambió la ciencia y desató un debate ético sobre la clonación de mamíferos.
Hace 27 años nacía la oveja Dolly, el primer mamífero clonado a partir de una célula adulta. Creada por el biólogo británico Ian Wilmut y su equipo en el Instituto Roslin de Escocia, Dolly reflejó los avances y las controversias de la biotecnología, abriendo un intenso debate sobre las oportunidades y los riesgos que conlleva la clonación.
El nacimiento de Dolly: un sueño hecho realidad
Durante años, a la comunidad científica le fascinó la idea de clonar mamíferos -inclusive humanos-, pero los clones “creados” naturalmente se limitaban a los gemelos idénticos, provenientes de un único óvulo fertilizado.
Por otro lado, hasta entonces, la ciencia sólo había tenido éxito con células embrionarias no diferenciadas o parcialmente diferenciadas y, en el caso de las especies adultas, la clonación a partir de células diferenciadas (como las de piel o del músculo) se había logrado únicamente en animales inferiores, como las ranas.
Habiendo fracasado tantas veces en clonar mamíferos adultos, los científicos se terminaron preguntando qué tan importante era el momento y el proceso de diferenciación celular durante el desarrollo embrionario.
En particular, el interés se centraba en los cambios que ocurrían en el ADN durante el desarrollo del animal, donde se alteraban los patrones de expresión genética mientras las células se programaban con funciones específicas.
Se creía que a través de la diferenciación, las células adultas perdían la totipotencia, es decir, la capacidad de convertirse en cualquier tipo de célula necesaria para formar un animal completo y viable.
Fue así como, desafiando esta creencia, el equipo del Instituto Roslin, liderado por el biólogo Ian Wilmut, tomó una célula de la glándula mamaria de una oveja Finn Dorset adulta y la fusionó con un óvulo no fertilizado al que se le había extraído el núcleo.
Esto permitió transferir el núcleo de la célula mamaria al óvulo, que luego comenzó a dividirse. Para que el núcleo de la célula adulta fuera aceptado, primero se indujo a la célula a abandonar su ciclo normal de crecimiento y división para entrar en una etapa de inactividad.
A partir de una colección de núcleos de células mamarias y citoplasmas de óvulos provenientes de ovejas Scottish Blackface, se logró formar embriones que se transfirieron a 13 ovejas Scottish Blackface que actuaron como receptoras.
De estas ovejas, una quedó embarazada, y 148 días después -un periodo normal de gestación para una oveja-, nació Dolly.
Después de la hazaña, el debate
El nacimiento de Dolly fue toda una proeza científica, pero también abrió un intenso debate sobre las implicaciones éticas y prácticas de la clonación.
Por un lado, habilitó la posibilidad de clonar otros mamíferos, incluyendo potencialmente a los humanos, y por el otro, planteaba serias preocupaciones sobre los posibles abusos de este procedimiento.
En cuanto a Dolly, demostró a lo largo de sus 7 años de vida que sus órganos y sistemas derivados de la clonación eran perfectamente funcionales, lo que hizo todavía más viable la transferencia nuclear de células somáticas (TNCS), técnica desarrollada a partir de los estudios que la crearon, lo cual permitió importantes avances en la medicina regenerativa y la investigación genética.
Dolly desarrollaría una enfermedad pulmonar progresiva y sería sacrificada en 2003, aunque su cuerpo fue preservado y es exhibido hasta el día de hoy en el Museo Nacional de Escocia en Edimburgo.
Pero su existencia no fue en vano: abrió las puertas a nuevas posibilidades medicinales y científicas con las que, hasta la llegada de ella, sólo se podía soñar.